Navidad dulce o amarga

Publicado el 14 de diciembre de 2025, 18:14

En busca de interacciones saludables

Parece ayer cuando los seres humanos convivían en familias grandes o grupos colaboratívos cuyo propósito era el bienestar común y la continuidad del clan. Los animales que aún pueden vivir salvajes siguen su naturaleza instintiva, lo que fortalece su especie y les permitirá tener un mañana en este planeta.
Mi padre mismo creció entre once hermanos, una madre, un padre y un montón de primos y tíos. Todavía hoy, noventa años más tarde, siguen apoyándose unos a otros y celebran en paz la Navidad. Quizá sea una familia excepcional y, me diréis con razón, que hay muchas tóxicas llenas de conflictos que no serían candidatas a preservar un linaje sano.

En muchas familias, esta época del año es sinónimo de obligación, discusiones y sentimientos de soledad.
Cuando integras el conocimiento de las 5 Leyes Biológicas, comprendes que, en mayor o menor medida, todos somos bipolares. Y quizá podría desarrollar nuestra empatía saber que la principal causa de esos cambios bruscos de comportamiento, entre manía y depresión, se debe a la oscilación de las hormonas sexuales. Estrógenos y testosterona suben y bajan en función de los conflictos territoriales que sufrimos. Y podemos hacer algo al respecto.
En las fiestas familiares entramos en hogares ajenos y, muchas veces, también en asuntos ajenos que en esta sociedad individualista ya no nos incumben. Todo ello, propicia esos conflictos de territorio que, como el Dr. Ryke Geer Hamer ha dejado documentado, impactan en la corteza cerebral y simultáneamente en nuestra psique.
Después de acompañar y estudiar muchos casos, descubrió el contenido de esos conflictos que, biológicamente hablando, tienen que ver con sentirnos amenazados, contrariados, sin saber poner límites ni qué lugar ocupamos en determinado grupo social.
Los animales saben que tienen pocas posibilidades de adaptarse y sobrevivir fuera de la manada. Nosotros, tan lejanos de nuestro código biológico, vivimos aislados ensalzando la individualidad como un signo de libertad.

Hoy en día la familia humana está expuesta continuamente a este tipo de conflictos que, en las fiestas se acentúan. Además, el consumo de alcohol también afecta a este ritmo cerebral que modifica el comportamiento influyendo en conductas agresivas, mitómanas o paranoicas que todos hemos presenciado alguna vez.

 

La tribu va intrínseca a nuestro código biológico y favorece interacciones saludables. Y, aunque sea doloroso, a veces sacrifica al individuo por el bienestar general.
Cuando un grupo humano funciona, las personas disonantes que le impiden avanzar, se van por sí mismas. Nadie tiene que echarlas porque la “célula madre” es fuerte y comprometida, hay un acuerdo tácito que armoniza la adaptación en silencio. Al menos, eso sería lo natural.

La inclusión, el cuidado mutuo y la consciencia motivan nuestra verdadera humanidad pero es fácil andar sonámbulos en un mundo donde se mira más hacia abajo que al frente. A pesar de tanta manipulación, el enemigo no es externo. Ni siquiera podemos culpar a la tecnología, tanto tú como yo la elegimos.
Si comenzamos mirando al otro veremos que en la profundidad de sus ojos hay el mismo anhelo. Cuando veamos prosperidad alrededor será porque se ha recuperado el contacto, la mirada… Ahí pocos quedarán indiferentes y esos pocos, sin duda podrán haber vivido un trauma pero la firmeza y valentía de la coherencia biológica y del amor serán capaces de sostenerlos hasta que la propia vida haga su selección natural.
Los animales saben que en la naturaleza no se puede estar solo ni distraído porque serán presa del depredador. Parece ayer cuando los seres humanos también lo sabían y escuchaban a su innata sabiduría.

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